Los apátridas olvidados

Imaginad por un momento que la seguridad en la que vivimos se convierte en caos de la noche la mañana y tienes que abandonar tu hogar, familia, amigos, trabajo, o sea tu vida, tu identidad.

Pues eso es lo que tuvieron que vivir, y actualmente viven miles de personas por desgracia en el mundo, los españoles que le tocaron vivir en 1936 en plena Guerra Civil española.

Muchos vagaron por el mundo en condiciones atroces, bien en campos de trabajo en las colonias africanas de la Francia de Vichy, marioneta de la Alemania nazi tras el armisticio firmado entre ellos, donde a fuerza de golpizas, cerca de 2 000 personas pertenecientes a la República Española que se estaba desmoronando por cachitos junto con divisionarios de las Brigadas Internacionales construyeron bajo el sol africano las vías en pleno desierto del famoso tren Transahariano.

Otros tantos españoles, exiliados en la Francia Libre, vieron como esta cayó en las manos alemanas rápidamente. Mención especial a aquellos combatientes de la Nueve, compañía casi integra de españoles que fueron los primeros en liberar París de la ocupación nazi bajo bandera francesa. Estos incluso combatieron en el famoso Nido del Águila, donde se escondía un perdido y desorientado Hitler, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, aunque hay quienes sostienen hoy en día que el que se suicidó no era el dictador austríaco, sino uno de sus tantos dobles.

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Los apátridas olvidados
Manuel López Hueso por Manuel López Hueso 04/03/24 Lectura: 5 mins
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Imaginad por un momento que la seguridad en la que vivimos se convierte en caos de la noche la mañana y tienes que abandonar tu hogar, familia, amigos, trabajo, o sea tu vida, tu identidad.

Pues eso es lo que tuvieron que vivir, y actualmente viven miles de personas por desgracia en el mundo, los españoles que le tocaron vivir en 1936 en plena Guerra Civil española.

Muchos vagaron por el mundo en condiciones atroces, bien en campos de trabajo en las colonias africanas de la Francia de Vichy, marioneta de la Alemania nazi tras el armisticio firmado entre ellos, donde a fuerza de golpizas, cerca de 2 000 personas pertenecientes a la República Española que se estaba desmoronando por cachitos junto con divisionarios de las Brigadas Internacionales construyeron bajo el sol africano las vías en pleno desierto del famoso tren Transahariano.

Otros tantos españoles, exiliados en la Francia Libre, vieron como esta cayó en las manos alemanas rápidamente. Mención especial a aquellos combatientes de la Nueve, compañía casi integra de españoles que fueron los primeros en liberar París de la ocupación nazi bajo bandera francesa. Estos incluso combatieron en el famoso Nido del Águila, donde se escondía un perdido y desorientado Hitler, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, aunque hay quienes sostienen hoy en día que el que se suicidó no era el dictador austríaco, sino uno de sus tantos dobles.


Otros 10 000 españoles dieron con sus huesos en campos de concentración nazis, como el de Mauthausen–Gusen, donde el fotógrafo catalán Francisco Boix pudo guardar con celo miles de negativos de fotografías donde reflejaba la crueldad nazi. Los mismos republicanos españoles recluidos fueron los que liberaron el campo ante el avance aliado y la huida de los pocos alemanes que quedaban. Así, cuando el ejército norteamericano entró en el campo para liberarlo de forma oficial, solo ondeaban banderas republicanas.

Todos esos españoles de la República exiliados tenían algo en común, eran apátridas. Su nación ya no existía, al menos para el resto del mundo.

Los que osaron en quedarse en suelo español no pasaron mejores condiciones, los hay que se ocultaron años, algunos en montañas combatiendo. Otros fueron hechos presos y muchísimos fueron llevados a campos de concentración del recién instaurado régimen franquista. Y es que cuando leemos las palabras campo de concentración se nos viene a la mente los lugares de trabajo o exterminio nazi, o ruso.

Desperdigados por toda la geografía española, se abría una red de campos de concentración repartidos entre más de trescientos emplazamientos.

La vida en uno de esos campos era dura, con los famosos Cabos de Vara, similares a los Kapos en los campos nazis. Estos eran españoles violentos, presos como los demás, que tenían ciertos privilegios a cambio de mantener el orden dentro del campo a través de palizas y torturas… El hermano golpeando al hermano, se puede decir.

Y es que a esos infelices no se le aplicó jamás el Convenio de Ginebra de 1929 relativo a los prisioneros de guerra, al no reconocer los sublevados tal condición.

Diez eran los campos de concentración que el régimen tenía instalados en Sevilla, dos en Dos Hermanas, uno en Écija, La Algaba, Guillena, Sanlúcar la Mayor, Utrera, Heliópolis (en Sevilla capital), Los Palacios y La Rinconada.

En el actual Colegio Público Guadalquivir tenía lugar el famoso cementerio viejo del pueblo, donde eran enterrados muchos de los que morían en condiciones tediosas en el Campo de concentración de la Rinconada, ubicado en donde hoy están los restos de la azucarera, donde cerca de 2 000 mil reclusos pasaron su «condena».

Condenados por el hecho de pensar diferente, por creer diferente.
Hoy, donde niños y maestros comparten jornada educativa, era antes el camposanto municipal. En ningún lado encontré a donde fueron a parar los restos de esos presos.

No por casualidad, el ayuntamiento de la Rinconada rendirá un merecido homenaje a quienes dieron su vida por libertad; y es que, aunque en ningún libro de historia lo contemple como tal, pienso con firmeza absoluta que la Segunda Guerra Mundial no empezó oficialmente con la guerra relámpago con ocupación alemana a una sorprendida Polonia, sino en el suelo donde todos pisamos.

Todos, presos en Francia, en España, combatientes de la Novena compañía francesa, tenían un sueño, que una vez ganada la Guerra Mundial echarán a los sublevados de España.

Desde aquí, mis humildes líneas, espero sean leídas como un claro homenaje a esos que no teniendo país legal, soñaban con la idea de libertad.



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