Los dos señores

El era el Señor de todo el castillo. Al menos así se veía el.
Tenía a súbditos que mañana tras mañana le adoraban como si fuera el mismo Dios viviente. Y a el eso le daba fuerzas para seguir gobernando.
En la fortaleza de al lado un Señor se había autoprocamado rey de esas tierras por lo que había cruentas batallas por el dominio.
Hasta caballeros vestidos de blanco, mandados según el por el mismo Papa de Roma, llegaban a separar a estos dos señores y sus ejércitos con éxito.
Ese Señor es mi padre y su castillo sólo la habitación donde duerme.
El mundo detrás de los muros del hospital psiquiátrico es otro distinto, y mejor a veces, que el que vivimos al otro lado.

Manuel López Hueso

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