El atasco parecía no tener fin. A donde alcanzaba la vista solo veía coches y más coches que como yo, deseaban llegar a su casa después de un día duro de trabajo. Una extraña megafonía alertandome de la próxima parada me sorprende de lleno. Giro la cabeza y a mi lado veo a una señora, de unos cincuenta años, con un gran moño que parece divertirle lo que está viendo en su teléfono móvil. Enfrente mío, ya no veo a esos coches interminables, sino a un señor mayor enseñando sus pelos canosos del pecho tras una camisa desabotonada. Un señor, vestido como un interventor de Renfe, me despierta del trance. Voy en un cercanías, y ahora que recuerdo... Yo no tengo coche. Manuel López Hueso