Olor a incienso (artículo de opinión)
Andando con el gentío propio de una ciudad como Sevilla, mientras sorteo una familia con un carrito de bebé, que me miran como si me conocieran de algo, me tropiezo, casi por casualidad, con una pequeña tienda donde venden incienso de todo tipo y colores. Los hay desde el típico «Cofrade», hasta de alguna hermandad en concreto, o hindú. La pequeña tienda está abarrotada de gente. Me abro paso hasta la encimera que, sirviendo de mostrador al público, tiene puesto por toda la mesa incensarios y una variedad variopinta de esa resina aromática cuyo olor inunda toda la calle. Por uno de esos incensarios, que recrea fielmente una de las chimeneas de la cartuja sevillana, que antaño sería el Monasterio de Santa María de las Nieves donde se alojaría un desconocido Cristóbal Colón en su día, sale un hilo blanquecino con olor a canela mezclado con tomillo o alguna especia similar que me transporta de lleno a la semana más grande que tienen los sevillanos, con permiso de la feria de a